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El salón de clase: ((Una bolsa))

Rían, Marisa y Mau

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Este fanzine recoge ((contiene)) algunas de las ideas ((muchas son preguntas, otros tantos ecos)) desarrolladas en el marco de un seminario de posgrado que llamamos Ficciones icono-textuales y utopías pedagógicas: los retos de contar (con) lo invisible y lo silenciado. En el syllabus, las tres profesoras explicábamos que el curso consistiría en analizar y estudiar algunas propuestas teóricas y narrativas que nos ayudaran a ubicar los límites y los puntos ciegos ((y sordos)) de la historia, la historiografía y los archivos. Estas sesiones de tipo teórico estarían acompañadas por una serie de talleres de escritura que nos ayudarían a potenciar ((también, en algún caso, frenar, aplazar, suspender, ralentizar)) nuestra escritura académica. Lo presentábamos, entonces, como un seminario metodológico que funcionara, recogiendo la socorrida metáfora de los señores, como una “caja de herramientas” y transformándola en una bolsa de herramient(r)as. Así transcurrieron los días, las lecturas y las muchas páginas escritas, la caja también acabó desbaratándose y adquiriendo formas menos rígidas. Mientras leíamos, el  maletín se convirtió en bolsa, al escribir el estuche se transformó en joyero y las herramientas desaparecieron para siempre. En su lugar recolectamos interrogantes, compartimos y mercadeamos con citas y nuevos encuentros, experimentamos con autobiografías ((Levé)) y nos rebelamos ante el archivo ((Azoulay, Hartman)). Deambulamos en las fronteras de “decires fuera de lugar” con mujeres presas a las que no se les reconoce la posibilidad legítima de reportar su daño. También nos atrevimos con el dibujo: nos daba pena; qué difícil, yo no puedo, nunca supe, esto no es lo mío. Finalmente, Anzaldúa, como tantas otras veces, nos salvó. Sin darnos cuenta nos rescató del pasmo Anat Kam, la fundadora del Archivo Israelí de las Ejecuciones, que recordamos y hacemos visible hoy frente al genocidio palestino.

La bolsa, bálsamo y contenedor perfecto de lo colectivo, de las cosas huecas ((Le Guin)), acogió también las grandes posibilidades de la especulación: una acción que invita a la reflexión profunda; que nos conduce más allá, o más acá, de la atención a la “pura realidad”, a la forma ((audacia, o práctica artística)) de trabajar sin método, sin disciplina y sin sujeto ((Irit Rogoff y Peggy Phelan)). Un gesto siempre contingente, inacabado, por venir o, más bien, por seguir.

A lo largo de las 16 sesiones, deambulamos ((Said)), erramos ((Kohen)), apuntamos con ((Azoulay)) y chismeamos ((Rogoff)) para entender las formas en que los filos y bordes del conocimiento científico pueden ser lugares constituidos por ritmos narrativos intermitentes, desviados ((Pérez, Esteban Muñoz)) —donde el silencio y lo indecible pautan, donde la decisión de aplazar la significación final es un gesto de concreción (condensación) de la hegemonía del sentido: una maniobra pedagógica, una pulsión artística, una  acrobacia académica. Nos interesó pensar la generación de teoría y pensamiento crítico como un acto de movilidad constante, parecida a una errancia dirigida: esa paradoja necesaria para pensar críticamente. Como en Los argonautas de Maggie Nelson, conocer a los demás ((en tanto sujetos-compañerxs de investigación)) supuso cambiar gradualmente las piezas de quienes fuimos o somos durante el derrotero de la escritura; como en el Argos ((Barthes)): ese barco en el que todas las partes constitutivas van cambiado, se van renovando para seguir navegando mientras que el nombre, en cambio, permanece intacto: el salón de clase, ((la bolsa)). Esa oquedad que nos permite contender y contener las reglas de la academia y gozar y condensar los poderes de una escritura al límite de lo in/decible.

Rían, Marisa y Mau

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